Siempre me ha gustado practicar distintos deportes, pero nunca me había llamado la atención el yoga hasta que entré a la universidad. Es más, yo veía a mi mamá practicarlo y encontraba que era muy aburrido. Según yo eran sólo ejercicios de respiración constante y elongación con nombres raros de animales.
Pero en la universidad en la que estudié es requisito hacer alguna actividad física y por tope de horarios y todo eso, decidí darle una oportunidad al yoga.
Primera clase que fui y quedé encantada.
Porque claro, yo iba con toda la idea de que el yoga era aburrido y que en el fondo no se hacía ningún esfuerzo físico, pero estaba totalmente equivocada: créame que para mí no fue sencillo hacer esas poses que de repente no son tan fáciles como se ven porque implican necesariamente un excelente equilibrio.
Además, que desde que entré en sincronía con lo que el profesor estaba intentando trasmitirme pude darme cuenta por qué el yoga era tan exitoso. No hice más que concentrarme y en cosa de segundos me sentí relajada y con la mente más despejada. Claro, el objetivo del yoga es crear una armonía entre el cuerpo y la mente, para así llevar un estilo de vida más saludable.
El haber empezado a practicar éste deporte significó para mí un relajo y una escapada de las tensiones que se producían durante el día tan agitado que de repente uno lleva. Además que me ha ayudado a corregir algunos problemas de la espalda e incluso lo complementé con las terapias kinesiológicas que tuve que hacer cuando me lesioné de la rodilla.
Y lo más interesante del Yoga es que tiene distintas ramas y derivaciones a gusto de cualquiera. Por ejemplo, el Hatha, Iyengar, Ashtanga y Bikram (entre otros), son distintos tipos de yoga para cada persona. En cambio el yogalates y la yogalosofía son resultado de combinaciones entre un concepto y el yoga dándole otros objetivos a este deporte.
En definitiva, el yoga no es sólo un deporte, es un estilo de vida que ayuda a las personas a mantenerse en parsimonia con el cuerpo y la mente.