Vamos directo al grano. La verdad, aunque es el nombre oficial, me parece siútico decir “tenis de mesa”, para mí, siempre ha sido y será “ping pong”. Como olvidar mi primera mesa verde, ni siquiera tenía paleta, pero tenía la cancha. Era un niño de 8 o 9 años.
Un día cualquiera, mi hermano aprovechó la liquidación de una renombrada multitienda nacional. El botín de su incursión por la “baratela”, fue una mesa de ping pong. En su momento, quizás fue una compra algo apresurada, ya que él poco y nada había jugado en su vida, y para qué decir yo, nunca había tenido acercamientos con dicha disciplina. Como sea, desde ese día, nunca más solté la paleta.
Es increíble el vicio que se puede crear en torno a alguna actividad. Recuerdo que junto a mi hermano, y en ocasiones también con mi papá, pasaba días enteros practicando. Después del desayuno, almuerzo y once (cena para algunos), todo el día era paletear y paletear. Era algo impresionante.
Cuando uno es chico, tiende a aprender más rápido lo que se le enseña. Los primeros juegos en casa eran bastante aburridos, todas las pelotas se iban a la malla, o bien fuera de la mesa. En fin, pasaban los días, y de a poco le agarraba el hilo a este deporte, primero, afiné el derecho, después el revés, el saque, los tiros con efecto, y por último el remache. Solo bastaron unos cuantos meses de práctica para pararme de igual a igual contra mi hermano. Bastaron uno o dos años, para tenerlo de “casero”.
El alza exponencial en mi juego me llevó a trasladar mi “talento” a las mesas del colegio. La verdad, ninguno de mis compañeros era muy bueno para el ping pong. Cuento corto, destaqué entre mis pares y me transformé en el titular para defender los colores del curso en cuanto campeonato de aniversario del colegio había.
Desde quinto básico a cuarto medio jugué todos los campeonatos de ping pong del colegio, casi siempre me iba mal y perdía en primera o segunda ronda, hasta que tanto va el cántaro a la fuente que un año me subí al podio al conseguir mi primera y única medalla en esta disciplina.
Como olvidarlo, corría septiembre de 2005, yo, en segundo medio. Nuevamente se ponía ante mí un torneo de aniversario. El resultado fue el siguiente: primera ronda, triunfo; segunda ronda, masacre a mi favor; semifinal, triunfo estrecho; final, derrota. Conste, fue una caída muy ajustada, que pasó por un tema de nervios más que por técnica o cansancio. Fue un duelo peleado, con mi rival íbamos empatados a un set, y en el decisivo, llegaron mis amigos a apoyarme, fue una mala jugada, me puse nervioso y solté el partido. Como sea, obtuve la medalla de segundo lugar que atesoro como si hubiese sido ganada en los Juegos Olímpicos.
Ya en la universidad, nuevamente se me dio la oportunidad de retomar esta disciplina, pero esta vez eran palabras mayores, ya que tenía la responsabilidad de representar a mi querida escuela de Periodismo de la U de Conce en las Olimpiadas de Periodismo de La Serena 2009. Estaba en primer año, era un mocoso que sorteó con éxito la preselección interna que se hizo. Derroté a mis compañeros de carrera, y se me permitió representarlos en la ciudad de las papayas.
Fue un viaje de 12 horas para llegar a La Serena. Arribamos a la ciudad una mañana y muy agotados producto del largo trayecto. En ese momento, pensé en instalarme en la cabaña y descansar, pero no, la competencia de ping pong era de las primeras en comenzar así que tuve que mentalizarme para el debut. No recuerdo quién fue mi rival, eso sí, era de una U santiaguina. En fin, todo era miel sobre hojuelas. Gané el primer set con cierto relajo; en el segundo, el exceso de confianza me pasó la cuenta y perdí esa manga; en el tercer y definitivo set, la historia se repitió: llegaron mis amigos a dar el aguante y el factor nervios me jugó nuevamente en contra, me iba eliminado en primera ronda y muy avergonzado.
A pesar de haber jugado mucho ping pong durante mi infancia y juventud, nunca llegué a ser una bestia como los jugadores orientales, pero me entretuve mucho y tuve la posibilidad de conocer un deporte que demanda un gran desgaste físico, técnica, y por sobre concentración. Hoy, mis intereses cambiaron, cambié la paleta por la raqueta de tenis, aunque uno que otro fin de semana desempolvo la mesa y paleteo un poco. Hoy, la mesa de ping pong es el comedor perfecto cuando se junta harta gente en la casa.