Aún guardo recuerdos de la primera vez que me subí a una bicicleta. Era de mi primo. Tenía un asiento largo de cuero blanco con vinilo azul y respaldo. Yo tenía unos cuatro años y vivía en la casa de mi abuelita. Practicaba todos los días en la plaza. Me daba rabia no poder llegar hasta la esquina, siempre me caía antes.
Cuando logré dar la vuelta completa a la plaza, mis padres me dijeron “te compramos una bicicross”. Tenía casi 6 años. Mi bicicleta era tan grande que mi papá me esperaba porque yo no sabía frenar y no me podía subir ni bajar sola. Cuando la bici me quedó chica, no volví a usar una sino hasta 15 años después.
Era la bicicleta de mi esposo. Una MTB roja doble suspensión. A pesar de que era muy bonita, la mayoría de las veces prefería andar en micro que andar en cleta.
Luego mi hermano me pasó su bicicleta, porque él no la ocupaba. Una MTB negra de hombre. En esa época mi hijo tenía casi un año y medio. Le instalé una silla y comencé a usarla a diario para ir a dejarlo al jardín. Con esa cleta fue la primera y única vez que me he caído, en realidad nos caímos con mi hijo en la pista no recreacional de Club Hípico. A pesar de eso, adopté la bicicleta como medio de transporte. Sin embargo, cuando tenía la oportunidad, prefería andar en micro. Después tuve a la “Juanita”, una mini morada, con tapabarros cromados y neumáticos de cara blanca. Gran compañera, pero muy pequeña para mí.
En mi trabajo pocos entendían cómo yo siempre andaba en bicicleta. En invierno con tanto frío y en verano con tanto calor. Logré convencer a una compañera que comenzara a vivir esta experiencia. Hasta la acompañé a comprarse una bicicleta a San Diego. Era negra con flores rosadas, neumáticos de cara blanca y canasto. Demasiado grande para ella. La usó un par de veces cerca de su casa y solo una para irse al trabajo. Un día me la prestó y finalmente se la compré, porque me enamoré completa y absolutamente de ella, la bicicleta.
Me acompañó durante el embarazo de mi segundo hijo. La usé sin ningún inconveniente hasta las 30 semanas. Fuimos a la cicletada del primer martes -es la única vez que he asistido- no recuerdo qué mes, parece que fue la de febrero. Fuimos con mi hermana y su pololo. Me pasaron a buscar como a las 19:30. Nos fuimos pedaleando tranquilos para llegar directamente al punto central de la convocatoria, Plaza Italia.
Al llegar me di cuenta de que no eran pocos los que estaban. Hasta ese momento yo pensaba que el movimiento se trataba de un grupo de ciclistas que tenía rabia contra el mundo motorizado y que una vez al mes se les ocurría pedalear rebeldemente por las calles. Sin embargo, esta percepción distaba mucho de la realidad. Estaban todos muy bien organizados y el motivo de la junta no era para vengarse de la tan indeseada mala onda motorizada que muchas veces tenemos que soportar los ciclistas, sino que para celebrar el uso de esta por las calles. Por lo mismo se recordaba la importancia del respeto durante el recorrido.
Pedaleamos por Parque Bustamante, luego Irarrázaval, hasta llegar a la comuna de Ñuñoa. Pasamos por el Estadio Nacional y vimos cómo la Municipalidad de Ñuñoa clausuró la ciclovía ejecutada por el Ministerio del Deporte, argumentando “falta de prolijidad en el proyecto y en la construcción” . No obstante, esta es una realidad que vivimos a diario los ciclistas, no sólo en la comuna de Ñuñoa, sino que en la mayoría de las ciclovías de Santiago. Un ejemplo claro es la pista recreacional de Club Hípico.
Luego pasamos por Macul comuna donde lamentablemente la red de ciclovías existente es casi nula. Nos devolvimos hasta llegar nuevamente a Plaza Italia.
El trayecto fue siempre tranquilo y seguro, cada uno muy consciente de su comportamiento. Fueron casi dos horas de pedaleo. Cual cenicienta, llegué casi a media noche a mi casa. Lamentablemente no he podido participar nuevamente en la cicletada por temas laborales. Sin embargo para mí la experiencia fue trascendental y me mantengo siempre en contacto a través de las redes sociales de todos los eventos que organizan. Desde ese momento aprendí que no todas las bicicletas son iguales, que hay de distintas tallas y componentes, entre otras cosas.
Lo vivido me hizo dar cuenta que yo quería más. Quería reducir mis tiempos de traslado, quería más velocidad, nuevas rutas. Quería superar la etapa de tener una cleta de paseo, porque en realidad me costó mucho hacer la ruta con mi bici de ese momento.
Fue así como adquirí mi nueva bicicleta aplicando todo lo aprendido en la cicletada. Me aseguré de que fuera de mi talla, que fuera liviana y ahora poco a poco estoy tratando de agregar componentes que la hagan aún más ligera. Definitivamente se ha transformado en mi medio de transporte. Ni siquiera tengo Bip. Ahora me preocupo de hidratarme lo suficiente y alimentarme bien antes de pedalear, porque ahora entiendo por qué me mareaba tanto cuando pedaleaba de Santiago Centro a Pirque.
Espero volver a participar de la cicletada, pero ahora acompañada de mi nuevo “compedal”, mi hijo de 6 años.
Imagen Via Movimiento Ciclistas Furiosos