Si existe algo propio, íntimo y casi confidente es la relación que uno pueda tener con la bicicleta. El recuerdo que genera un niño con su primera bicicleta trasciende de manera existencial y se crea un vínculo con un elemento que permite no sólo desplazarte a voluntad, sino que te abre las puertas de la independencia y del descubrimiento de nuevos mundos. Subirse a una bicicleta en la infancia es conocer amigos, de los buenos y de los malos, es desafiar a las fuerzas físicas que te castigaban con un porrazo directo en el pavimento y es experimentar el control de la velocidad cuesta abajo sin temor a volarse los dientes.
La primera vez que me subí a una bicicleta, esta tenía ruedas chiquitas a los lados para mantener mi equilibrio. Salía con mi viejo por las tardes, mientras yo intentaba mantener un balance de mi cuerpo con la cleta que a esa pequeña edad se veía casi imposible. Mi padre, obviando todos los comerciales de postres, leches y yogures que existían en la ochentera televisión de Sábados Gigantes, que veían como propio el logro del hijo pedaleando sin las rueditas chiquitas, se aburrió de mi intento de odisea y para calmar su conciencia me ofreció comprar un helado si lograba andar. Después de horas de intentos de prueba y error, pronto ocurrió ese chispazo sinapsial que coordinó mi cuerpo de niño con los pedales, las ruedas y las aceras se transformaron en mi destino.
Ya era momento de conseguirse una pandilla. Los primeros amigos tipo “cross” los tuve en una villa en
La bicicleta se funde en un recuerdo juvenil al igual que la entrada de la noche sobre la capital santiaguina, cambiando con el paso del tiempo nuestras costumbres.
En la década del noventa, época universitaria para quien les habla, andar en bicicleta tenía un aspecto recreativo principalmente. Ni soñar con moverse por la ciudad en cleta o dejarla estacionada por ahí para hacer un trámite o ir al laburo. Las ideas de la vida sana recién se implementaban y sinceramente a un estudiante noventero le importaba más dedicarse a tener un estilo más carretero y reventado que uno más equilibrado como es lo que se apunta hoy en día.
Junto con el avance de la sociedad de la información y de la democracia en Chile, la diversidad social generó grupos etarios y de costumbres completamente distintas. En el plano deportivo surgieron una masa de personas que corrían como en una estampida: Los Runners. Y de pronto cual sueño europeo o de ciudad gringa desarrollada, todos aquellos que decidieron renunciar a la congestión de los tacos y el manoseo en el matutino metro santiaguino, se pusieron cascos, guantes y se subieron a una cleta para no bajarse más.
Incluso se organizaron y empezaron a recorrer las calles después del trabajo y los fines de semana para demostrar poder y gritarles a los demás, mediante la campanilla de sus manubrios, que sumarse a esta cruzada es un auto menos en las calles, es vida sana en mente sana y es respeto por una diversidad que no tiene que seguir todas las reglas y las modas de los spots publicitarios.
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Yo por mi parte, después de años de buena bebida y abundante comida, decidí practicar deporte para evitar un infarto antes de los cuarenta. <a href="/tag/gimnasio/">Fui al gimnasio</a> y salí a trotar, pero eso no me llenaba de ninguna forma, además quería practicar algo que tuviera el impacto y la rudeza cuando me lo proponía y no cuando el medio me lo exigía. Así que partí a comprarme una cleta. <a href="/2014/02/20/datos-para-ciclistas-talleres-accesorios-y-precios/">La variedad de formas, modelos y tecnologías son sorprendentes y se pueden hacer excelentes relaciones calidad-precio</a>. Ahora voy al cerro cuando estoy estresado y me desplazo a reuniones y trabajo en la cleta. Hay que tener varios aspectos para cuidar, es necesario tener una buena cadena para amarrarla en diversos lugares donde no siempre queda a la vista. Las ciclovías definitivamente no están hechas para desplazamientos totalmente seguros, debido a sus malos diseños, la falta de mantención y el casi nulo respeto que tienen los automovilistas por estas vías. Los guantes y los cascos son vitales para desplazarse en la calle y un buen ciclista siempre sabe cuales son los puntos críticos de un trayecto. Por ejemplo en Santa Isabel con Portugal, desafortunadamente una o dos veces a la semana atropellan a un ciclista o a una moto repartidora. Hay que tener ojo que la cleta no está hecha para andar en la acera. La bicicleta como tal es un medio de transporte que debe transitar por la calle según las leyes del tránsito. Comentando con amigos, bebiendo cerveza en algún bar con las cletas amarradas al poste más cercano, salen anécdotas como las de abuelitas que se asustan porque uno aparece por atrás muy rápido, el tortazo con el tipo que viene saliendo de algún local muy rápido y no miró o como me atropellaron cruzando el metro Toesca, por pasar el paso peatonal en verde. Si bien el tipo del auto no iba mirando hacia adelante, cruzar un paso peatonal a una velocidad distinta que la de un peatón, cambia los tiempos de respuesta de un tarado que no miró cuando doblaba y el choque es inminente. Responsabilidad compartida, el ciclista saca la peor parte.
Tanto pedalear y ver como la ciudad no se adapta a nosotros los cleteros. Opté por abandonar el manejo a la ofensiva y ahora conduzco a la defensiva. He vuelto a conocer nuevos paisajes y aunque me gusta andar solo, en el fondo sé que pertenezco a esta diversa y entretenida tribu urbana.