Llegué al baloncesto a los 8 años gracias a una serie animada llamada Slam Dunk. Yo sé que muchos me entenderán, ya que las historias de Hanamichi y del legendario equipo de Shohoku marcaron a una generación e instaron a más de alguno a practicar este bello deporte.
Además, tuve el lujo de sorprenderme y gozar con los últimos años de gloria del gran Michael Jordan en la NBA. En serio. Es imposible olvidar al 23 de los Chicago Bulls, su increíble dominio del esférico y sus jugadas que a veces rompían las normas de la física.
Pero volviendo a mi experiencia con el deporte, puedo agregar que mi primer contacto con un balón de básquetbol fue en un taller del Colegio Presidente Eduardo Frei Montalva, el establecimiento que me cobijó desde primero a octavo básico. Y la experiencia fue gratificante e inolvidable, pues no tardé en acostumbrarme al ritmo del juego y en encestar varias canastas. Eso sí, me costó un poco aprender una de las reglas más trascendentales del juego: el trabajo en equipo.
Con los años participamos en más de algún campeonato comunal y siempre accedimos a los primeros lugares. Asimismo, nos vimos beneficiados con la llegada de Juan Pedro Cadín, un compañero muy alto para su edad y quien se convirtió en el pivot y referente del combinado verde (nuestro color institucional).
La educación media es la “época oscura” en mi relación con este bello deporte. Lamentablemente me lesioné los dos pies entre los dos primeros años de secundaria y no tuve mucha actividad física. También fui expulsado de mi establecimiento y tuve que emigrar a otro colegio que no consideraba al baloncesto. Es más, con suerte tenían una selección de fútbol y tenis de mesa (otro deporte que practiqué a buen nivel, pero que no logró conquistarme al cien por ciento).
RECONQUISTA
Por motivos de estudios llegué a Concepción. Como siempre he sido muy activo, siempre participé en partidos de fútbol y salía a trotar por los alrededores de esta bella ciudad. Sin embargo, nada me llenaba tanto como hacer rebotar un balón, crear y participar de buenas jugadas, y disfrutar del sonido de la pelota cuando ingresa a la red.
Aunque no consideré un detalle muy importante. La gente de la capital de la Octava Región disfrutaba mucho los deportes y seguía activamente la campaña del cuadro de Universidad de Concepción (elenco que actualmente milita en la Liga Movistar). Así que no tardé en sacar credencial con mi casa de estudios y convertirme en un fiel espectador de las hazañas del elenco dirigido –en ese entonces- por Jorge Luis Álvarez.
Pero ser “hincha” del básquetbol no es lo mismo que ser jugador. Por esta razón me inscribí en talleres y volví a maravillarme con el sinfín de situaciones que se pueden generar al practicar este deporte. Igualmente comprendí que los años no pasan en vano y que el periodo inactivo influyó bastante, así que comprendí que si algún día quiero volver a vestir la tricota de la selección de mi carrera o universitaria, debo esforzarme demasiado y comprometerme con la misma convicción de hace algunos años atrás.
Antes de acabar esta columna, quiero invitar a los lectores a que se atrevan. El baloncesto es un deporte colectivo que necesita la misma complicidad que el fútbol (la disciplina más popular de nuestro país) y que requiere la misma exigencia. Para disfrutarlo, como alguna vez me lo indicó un profesor, sólo se necesitan muchas ganas, humildad y compañerismo