Mi primera ruta de trekking en Chicureo difícilmente la voy a olvidar. Fueron 7 km de ascenso en el cerro Chincolante de Piedra Roja, toda una novedad para mí, ya que nunca había subido cerros en forma competitiva.
Los primeros minutos fueron como las corridas de running: choques, adelantamientos y esa sensación de querer tener zancos para pasar por arriba de todos. Igualmente corrí entre espinos y piedras con la convicción de alcanzar los primeros lugares. Me preocupé de ir con la vista entre el suelo y las zapatillas del siguiente competidor, para así examinar el terreno y no tropezar. Mientras tanto, el sol continuaba su ascenso y uno pensaba cómo sería hacer trail running en Torres del Paine u otro lugar con un clima menos abrasador.
En el minuto 15 mi rendimiento comenzó a decaer. Lo atribuyo a mi desconocimiento: no estaba preparado psicológicamente para un ascenso de este tipo. Fui con la mentalidad de un 10k y le erré completamente. Hasta entonces, por muy mal que lo hubiera pasado en una carrera, me había enorgullecido de no tener que caminar. Pero esto era otra cosa, y cedí al cansancio.
En las subidas apenas podía andar. Los músculos se agarrotaron y uno tras otro los corredores comenzaron a pasarme. Me sentí decepcionado y pensaba: ¿llegaré vivo para algún día hacer trail running en Torres del Paine? En las cuestas más pronunciadas subía tomado de las rocas, por lo que entendí la importancia de los bastones, esos que en la tienda comercial me hicieron recordar al papá de Homero Simpson.
Cuando ingresábamos al llano, le daba golpecitos a mis muslos para que reaccionaran. En ciertos momentos me daban ganar de parar y estirar las piernas, pero no me detuve. Tenía la sensación de que si lo hacía sería difícil volver a despertar el cuerpo, así que llevé un ritmo de carrera digno con breves lapsos de trail running.
En minutos comencé a sentirme mucho mejor y a disfrutar la competencia. El paisaje era fenomenal entre riscos y quebradas. Estando a más de 1500m de altura, pude deleitarme con el horizonte, el viento, las voces de ánimo y todo el ambiente maravilloso que allí se vivía.
A pocos metros de la meta, pasó de regreso el ganador diciéndonos que no faltaba nada... Ese estímulo hizo que acelerara todavía más. Como cuando Mario Bros agarraba la estrellita, empecé a adelantar gente y en los últimos metros ya sentía una gran satisfacción por terminar así. Al cruzar la meta cronometré alrededor de una hora, pero eso ya era secundario.
Ni el puesto de clasificación ni el tiempo individual me importaban a esa altura. Al recostarme en la tierra y con los pies aún palpitando, comprendí que uno de los grandes beneficios de hacer trekking era la superación personal y aquella maravillosa panorámica del valle de Santiago, desde donde las casitas parecían diminutas piezas de lego.
Actualmente practico este deporte en forma mensual y espero algún día hacer trail running en Torres del Paine.