Para mí que había corrido antes los 42 km de la Maratón de Santiago 2014 y los 25 km en cerro de Peñuelas, los 19 km de Lampa sonaban perfectamente realizables. Pero después de esta experiencia confirmé que correr largas distancias en cerro siempre es difícil.
La travesía comenzó a eso de las 05:00 am del sábado 23 de agosto. Aún con la noche encima y mucho frío, desperté para juntarme con cuatro amigos más e iniciar la ruta a Lampa. Entre ellos, Sebastián que aparece de anaranjado en la imagen principal.
Como era de esperar, el sector era rural y a esa altura los caminos ya no estaban pavimentados. Lo primero que llamaba a la atención era la escasa ropa de los corredores considerando el frío existente.
A poco andar realizamos el retiro de números y el calentamiento y comenzamos a saludar a mucha gente que conocía a Sebastián y a otros de mis amigos que ya llevan varios meses en el trail running. Y acá es cuando comenzaron a aparecer las diferencias con los corredores de calle: en el cerro todos se conocen, todos son cercanos y se saludan, todos son afables.
Y los siguientes actos lo confirmaron, llegamos al punto de partida y nadie peleó por estar en primera fila. Todos estaban a más de un metro de la línea de inicio.
El comienzo del ascenso
Iniciada la ruta, nos encontramos la primera subida a los dos kilómetros. Un ascenso con ascensos y descensos abordables hasta el kilómetro 5. Acá comenzó lo difícil: una subida agresiva de siete kilómetros y 1.100 metros de altura. Era imposible trotar, todos los corredores que vi adelante y atrás mío caminaron durante la mayor parte del recorrido.
Eso no fue todo, llegar arriba suposo más problemas. Además de escalar en cierta parte, el circuito nos impuso el frío y un poco de lluvia intermitente. El resultado, una gran cantidad de barro durante todo el descenso que hacía más pesado el andar.
Un camino estrecho y una cantidad de rocas dificultaban el trote y complicaban a las rodillas. Por eso decidí bajar la velocidad y dejar pasar a algunos competidores. Y a pesar del cambio de ritmo igual me caí, sin lesionarme afortunadamente.
Así llegué hasta el punto de hidratación donde consumí unos 4 vasos de isotónica, una naranja y media, y un plátano para evitar los calambres.
Justo cuando salí de ese punto, comenzó la lluvia que me obligó a correr con la camiseta mojada y el pelo escarchado. Cargado de energías salí corriendo como nunca, por un sector plano al fin, y me sentí un verdadero trail runner.
Dos kilómetros más allá comenzó el segundo cerro, un camino lleno de rocas, barro y heces de caballo. Todos los corredores caminando, algunos pasándome mientras me daba un atisbo de calambre y luego yo recuperaba el aliento y pasaba a otros.
Descenso final
Así llegamos entre varios trail runners a la cumbre del cerro, donde un encargado de la producción nos dio un suspiro. “100 metros más de subida y comienza el descenso final”. Palabras que me inyectaron y me motivaron a correr los últimos 4 kilómetros.
El descenso fue complicadísimo debido a un gran pendiente que obligaba al uso de las piernas para contener la velocidad. Además, era necesario disminuir el ritmo cuando me acercaba a algunos de los corredores. Un accidente de uno podía resultar grave para otro.
Pero en los últimos metros todos pican y así lo hicimos con dos corredores más. En los úlitmos 600 metros comenzamos una lucha en la que terminé segundo y en la que aprendí que en el cerro la cantidad de kilómetros es relevante, pero no lo es todo. La lluvia, el frío, la intensidad de la pendiente y la estrechez del camino juegan un rol importante que en el cerro hay saber llevar.