Vamos al grano. Me gusta la U. Adoro al equipo del “chuncho”. Ese amor incondicional a la camiseta azul me lo inculcó mi papá y mi hermano en los albores de los años 90, cuando sólo era un niño que daba sus primeros pasos. Heroica acción de mi familia, que había digerido con mucho dolor 25 años sin títulos, incluido un descenso a la fatídica segunda división en 1988.
Junto con mi nacimiento en 1989, renacía también la U. Volvía a primera y un par de años más tarde conseguía un bicampeonato (94-95), gracias al talento de figuras como Marcelo Salas, Leonardo Rodríguez, Esteban Valencia o Superman Vargas. En fin, yo diría que gracias a este equipo me enamoré del fútbol y comencé a practicarlo.
No fue hasta los 10 años que jugué un campeonato “oficial”, el típico torneo de barrio en cancha de tierra y gravilla, ese que te deja las lesiones y rasguños en las rodillas más sangrientos de la vida, y que todo buen pelotero debe disputar casi por obligación. Era chico y debuté en la categoría sub 13, con tipos mucho más grandes que yo. Jugaba poco, entraba sobre los minutos finales de juego. Era algo así como “Gamuza” de Los Cebollitas. Si mal no recuerdo, participé en 3 o 4 campeonatos consecutivos en mi sector, Los Lirios, en Conce. En esos tiempos jugaba de lo que fuera, sin saber que mi gran potencial estaba en el arco.
Ya en la enseñanza de media y con compañeros que eran unos maestros con el balón en sus pies, no me quedó más alternativa que jugar al arco. Era eso, o quedar relegado a la banca de por vida. En fin, comencé en el pórtico y poco a poco comencé a destacar, me gustaba recibir pelotazos y la verdad es que mis reflejos eran buenos. Estuve toda la enseñanza media defendiendo el arco de mi curso en los campeonatos del aniversario del histórico Colegio República del Brasil.
En la U, fue lo mismo. Compañeros de buen trato con el balón y yo seguía fiel al arco, aunque debo reconocer que en una oportunidad me las di de delantero en la popular Copa Humanidades de la U de Conce. No lo hice mal, aunque todos me decían que lo mío era el arco. Les hice caso.
En segundo año de universidad (2010), los compañeros de cursos superiores me ofrecieron inscribirme en la Selección de Fútbol de la Facultad de Ciencias Sociales, para jugar en el Torneo Interfacultades de la misma casa de estudios. El sueño de todo universitarios futbolero era jugar ese campeonato en la impecable cancha de pasto sintético de la U. Mi problema, estuve un año y medio en la banca, producto de que el arquero titular era un maestro y estaba atornillado en su puesto. Tenía más técnica y reflejos que yo, pero no sé si más garra y perseverancia.
(A modo de explicación, el Interfacultades de la UdeC se divide en dos torneos: Invierno y verano; primer y segundo semestre, respectivamente. En total, son cerca de 30 partidos al año, con uno o incluso dos juegos por semana).
El segundo semestre de tercero se cumplió mi sueño. El titular se iba a realizar su práctica profesional a otra región, por lo que el arco de “Sociales” al fin era mío. Mío hasta el día de hoy, donde la perseverancia y constancia de los primeros años, y mi compromiso con el equipo, me dieron la posibilidad de ser el capitán por toda la temporada 2013. Cuanto orgullo representa esa jineta en mi vida. Hoy, ya salí de la U, pero seguiré ahí con mi querido equipo universitario. Seré como Rogério Ceni, pero guardando las proporciones, claro. Por cierto, una vez que te titulas de la UdeC, puedes seguir jugando dos años más.
Destaco mi participación en el equipo de mi facultad, ya que es mi gran experiencia en el fútbol, la que me ha dado las mayores alegrías a pesar de que el equipo está en segunda y los resultados casi siempre no nos acompañan, pero gracias a los amigos que tengo en el plantel y a los “tercer tiempo” que organizamos tras los cotejos oficiales, ha sido una aventura más que gratificante.
Hoy, los zapatos con pepas y los guantes con férulas están guardados a la espera del inicio del Interfacultades 2014 en marzo, mientras tanto, me divierto jugando “baby” en diversas canchas de pasto sintético en mi sureña localidad, casi todas las semanas.
En conclusión, ser arquero ha representado un gran desafío en mi vida, es un puesto que me enamoró, el que me forjó unos nervios de acero, el que me sentenció a sufrir de por vida con una luxación de meñique, el que me ha hecho pasar de héroe a villano en un abrir y cerrar de ojos. Por eso y mucho más, gracias fútbol. Si la vida me diera la posibilidad de elegir ser un delantero goleador o un arquero, no lo pienso dos veces, me inclinaría por la segunda opción.