Para muchos, y me incluyo, juntarse una vez a la semana en una cancha de baby y correr detrás de una pelotita es una costumbre casi sagrada.
Es una catarsis obligada para desconectarse, aunque sea por una hora, del estrés de la pega, escaparse de los problemas y mover las piernas un ratito. La pichanga se espera con ansias y todos sus integrantes mueven sus contactos para conseguirse a los 10, 12 ó 14 jugadores que hagan del partido una realidad.
"Blanco o color". Una vez en la cancha, hay que tratar de armar los equios parejos para que todos estén contentos y definir posiciones. Un portero, 2 defensas, 3 volantes y un "lauchero" que la meta adentro es lo ideal, aunque en realidad es tarea de todos marcar y correr arriba y abajo para que sea entretenida hasta el final... aunque faltando 10 minutos para que terminen, mucho a los jugadores no se puede pedir. En una pichanga todos tienen cabida, hay secos pa' la pelota, los no tanto y los definitivamente malos que juegan con la excusa de ver un rato a sus compadres.
Yo juego de arquero todos los miércoles en las canchas de San Carlos de Apoquindo, para mí, las mejores. Llevo jugando como 3 meses sin faltar. Llegué por medio de un amigo que me integró a la lista que semanalmente se inscribe vía mail y la verdad no conozco a nadie. Sus vidas, lo que hacen, si están casados o solteros lo desconozco, sólo sé que compartimos la misma pasión: el fútbol.
Y eso es lo lindo de las pichangas, que es capaz de juntar a un grupo de amigos o desconocidos en torno de una pelota y prodigarse en la cancha para que tu equipo gane. Sin duda es una instancia de unión y encuentro que hace que la vida sea un poco más feliz.